El pasado jueves 5 de septiembre,
según reportaron informalmente las redes sociales –el comunicado oficial lo
seguimos y seguiremos esperando- la Comisión
de Honor del Consejo Universitario determinó por unanimidad ratificar la
destitución de Boris Berenzon Gorn, con lo cual el gesto institucional entró
finalmente en vigor y dio comienzo el proceso laboral, que será, naturalmente,
mucho más opaco que el académico-administrativo. No podemos dejar de señalar lo alarmante que resulta el hecho de que las autoridades de la Universidad se hayan abstenido de
emitir cualquier tipo de comunicado sobre la resolución de este caso, inédito
y de interés público, razón que me ha conducido a colocar un contador sobre la barra lateral
de este blog que indica cuánto tiempo llevamos a la espera de alguna señal oficial
por parte de autoridades y representantes universitarios. No queda más que preguntarse qué lleva a las instancias que trataron el caso a sumarse al silencio cómplice que lo ha rodeado desde hace años.
Frente a estos
acontecimientos, podría este blog comentar algunos detalles de lo que implicará
ese juicio laboral, como por ejemplo que si Boris lo gana no sólo podrá
demandar, como marca la Ley Federal, que se lo restituya en su puesto y se le
paguen todos los salarios que no cobró y prestaciones que no gozó, sino que
además, según dispone el Contrato
Colectivo de Trabajo en su cláusula 30, recibirá una bonificación
extraordinaria por despido injustificado[1].
También podríamos proponer a los lectores un análisis del caso desde el ángulo
laboral, que arrojaría un panorama complicadísimo para el departamento jurídico
de la universidad porque según las regulaciones vigentes “plagio” no cae con
facilidad en las causales justificadas de despido, mucho menos para alguien con
la antigüedad laboral que tiene Boris y el amparo de un Contrato Colectivo como
el del personal académico de la UNAM. Sí, podríamos continuar por esa línea,
asumiendo las abundantes limitaciones de este blog para penetrar ese proceso, consientes
de la escasa influencia que seríamos capaces de ejercer y avisados de que todo
este asunto puede bien terminar con la Universidad entregando a Boris
cuantiosas y extraordinarias ganancias. Pero tal vez estas previsibles
dificultades, antes que un estorbo, sean una señal de que ha llegado el momento
de quitar el dedo de ese renglón, alzar la vista, reflexionar sobre lo hecho y
plantearse una nueva meta. Valgan estas reflexiones, divididas en varias
entregas para facilitar su lectura, como primer balance.
Gane o –como
es probable- pierda la Universidad ese juicio laboral, exija Boris su
reinstalación o acepte algún oneroso acuerdo alterno, lo cierto es que la
discreta ratificación de la Comisión de Honor –si damos por buenas las
versiones informales que la relatan- es un hecho inédito y en esa medida
importante. Más importante es lo que la precede y nos ayuda a explicarla: la
indignación activa de tres autores plagiados que se tomaron el trabajo de
denunciar, el apoyo legitimador de la prensa escrita, académicos, columnistas y
hasta un puñado de colegas de Boris, el seguimiento que la reserva moral de la
Universidad ha hecho del caso y la presión que desde hace años las extensas
redes de denuncia online han ejercido
contra las igualmente extensas redes de complicidad offline. Pero en mi opinión, aún mucho más importantes que lo que pase
con Boris y el modo en que eso se haya conseguido son las implicaciones de este
caso en el imaginario universitario, pues si para algo sirvió todo este
escándalo es para demostrar que el tipo de fraudes académicos de los que el Sr.
Berenzon es entusiasta ejecutor no son normales ni mucho menos inevitables, que
hay un límite para la corrupción y la impunidad y que está en nuestras manos,
como estudiantes, egresados y profesores de la Universidad Nacional, ponerlo,
respetarlo y hacerlo respetar.
Un aprendizaje
importante de este proceso es que los canales institucionales de denuncia están
en buena medida obstruidos. Mario Elkin Ramírez denunció
formalmente a Berenzon ante Rectoría por plagiarlo en 2005 y no pasó nada.
María Alba Pastor, un
año antes, llegó hasta la Defensoría de los Derechos Universitarios con
idéntica queja y no pasó nada. Un grupo de estudiantes apeló al Consejo Técnico
de la FFyL en 2010 para exigir que diera clases y no pasó nada. Tras la
circulación de la
primera denuncia que albergó este blog a Boris se le impuso, en 2011, la sanción
mínima y luego sus amistades en la administración de la Facultad no
encontraron inconveniente en aprobarle un año sabático en París. Por desgracia,
a causa de trabas, inercias y redes de complicidad, no podemos esperar que la
institución emprenda por sí misma los procesos de mejoramiento y dignificación
de los que está tan necesitada. Le hace falta apoyo.
Pero sería
falso decir que los canales institucionales han sido totalmente inútiles: la determinación
de los Consejeros estudiantiles en 2011 fue lo único que impidió no sólo que el
ausentismo de Boris quedara totalmente impune sino que el caso pasara
desapercibido. También es cierto que la legitimidad de quienes denunciamos
desde esta plataforma pública emana en parte de la reiterada demostración de la
ineficacia de estos cauces, para lo cual es indispensable que se los haya transitado.
Y no perdamos de vista que en última instancia las reglas del juego disponen
que para que un estafador de tiempo completo deje de cobrar su beca vitalicia
de la Universidad es indispensable que las instancias competentes así lo determinen,
como acaba de ocurrirle, si bien con algunas décadas de retraso, al Sr.
Berenzon. Por supuesto que los órganos colegiados y la representación
universitaria no funcionan ni de lejos como dicen funcionar, pero desde la
perspectiva de este blog no dejan de ser herramientas valiosas, si bien
demostradamente insuficientes, para quien quiere incidir en forma positiva en la
Universidad.
El caso
Berenzon, como múltiples comentaristas se han encargado de explicar, es un
indicador de problemas que van mucho más allá de su persona, que hicieron y por
desgracia siguen haciendo posible este tipo de trayectorias fraudulentas. La
complicidad de Gloria Villegas, directora de la Facultad de Filosofía y Letras
y de los plagios de maestría y doctorado de Berenzon, es sin duda una variable
clave pero a todas luces insuficiente para entender qué pasó. Fernando
Escalante, observando quiénes fueron dos de las valientes que se animaron a
defender a Boris en el Correo Ilustrado de La
Jornada y la puerilidad de sus argumentos, señala que el problema no es
únicamente de amistades y protectores: en el sistema académico mexicano está
vigente una lógica premoderna que otorga prestigio en función de la cantidad de
nombres importantes de los que puedes rodear al tuyo. Señalemos de paso que a Cristina
Barros y a Margarita
Peña se sumó el 24 de agosto Sara
Sefchovich, quien comienza anunciando que no sabe nada del caso para
después indicar que Pedro Salmerón, quien había replicado a Barros y a Peña el día anterior,
es un fundamentalista. Valga anotar que el desconocimiento al que alude la Dra.
Sefchovich es más bien dudoso, pues tiene un artículo publicado en una
antología del Sr. Berenzon[2],
libro al que el Dr. Carlos Martínez Assad, su marido y uno de los silenciosos
eméritos de la Universidad, también contribuyó entusiasta[3].
Y consignemos de paso, con la autorización de su autor, una réplica a
Sefchovich que el Dr. Roberto Breña envió al Correo Ilustrado el 25 de agosto y que no fue ya publicada por el
diario:
La nota de Sara Sefchovich
aparecida en este espacio es un intento más, bastante burdo por cierto, de
confundir a algunos lectores con respecto al caso Berenzon. No da un solo
argumento sobre lo que realmente importa (un plagiario serial que ha recibido
cobijos de todo tipo durante su larga trayectoria “académica”), pero, eso sí,
tacha a Pedro Salmerón de “fundamentalista”. Ya
encarrilada, trae a colación la “religión verdadera” (!) y la “raza superior”
(!!). Acto seguido, viene la profesión de ignorancia: “No tengo idea de qué
habla ni por qué lo hace así…”. Esto no le impide llegar a una conclusión que
pone el mundo al revés con un desparpajo que debiera dar vergüenza: Salmerón es
un “insolente”. Si a Sara Sefchovich la palabra “ética” le provoca tanto
conflicto (y tantos desatinos), que elija el término que más le guste para
definir lo que está detrás de la manera en que Boris Berenzon se ha burlado de
sus alumnos, de sus colegas y de toda la academia mexicana durante varios
lustros. Con respecto al caso Berenzon, me llama la atención que expresarse en
contra de un comportamiento que es inaceptable para cualquiera que valore
mínimamente la vida académica sea calificado de “fundamentalista” (o con adjetivos similares). ¿De veras la
carencia de referentes es así de profunda entre la academia y la
intelectualidad mexicanas?
Detengámonos
un instante, antes de concluir la entrega de hoy, en el tema de los eméritos. Según
un autocomplaciente
sitio de la Universidad, estos personajes modestamente “simbolizan el
alcance del significado del espíritu universitario que se traduce en
integridad, fuerza, talento y actividad, y la inclinación implícita de la
Universidad comprometida con la sociedad a causa de la dignidad, el respeto, la
responsabilidad y el compromiso”. Observemos ahora que su silencio sobre este
caso es tan unánime como impenetrable. Se entiende que Álvaro Matute esté
renuente a pronunciarse, pues no contento con aprobar como sinodal los collages
que en calidad de tesis de posgrado presentó Boris, prologó uno de ellos (Historia
es inconsciente) cuando El Colegio de San Luís lo publicó y
hasta compartió con Gloria Villegas, que como sabemos dirigió la tesis de la
que emana el libro, el honor de presentarlo en 1999 en San Luis Potosí[4].
También parecemos tener elementos para explicar la omisión de Martínez Asaad,
coautor y prologuista de Berenzon. Pero el silencio de todos los otros, integrados al largo y
elogioso listado del que da cuenta el libro Nuestros Eméritos
¿cómo explicarlo?, ¿de verdad ni uno estuvo siquiera para poner
su firma al calce de la carta de Pablo Piccato?
[1]
“Cuando la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje, dicte el laudo definitivo
favorable al trabajador académico; si se trata de reinstalación, la UNAM le
cubrirá de inmediato los salarios vencidos y prestaciones legales incrementadas en un 30%. Si se trata de
indemnización, la UNAM le cubrirá el importe de ciento veinte días de salario,
salarios caídos y prestaciones legales, más veinte días de salario por cada año
de servicios prestados y prima de antigüedad, además de las prestaciones adicionales
correspondientes, incrementadas en un
30%”
[2] “Historia,
ideas y novelas: propuesta y defensa de un tema de investigación y de una
manera de llevarlo a cabo”, en Boris Berenzon, Georgina Calderón, Valentina
Cantón, Ariel Arnal y Mario Aguirre Beltrán (coords.), Historiografía, herencias y nuevas
aportaciones, México, Instituto Panamericano de Geografía e Historia,
Secretaría de Relaciones Exteriores, Correo del Maestro, Ediciones La Vasija,
2003, pp. 257-277.
[3] "Los impactos de la historia regional
mexicana" en Ibíd., p.
161-176. Martínez Assad también fue convocado para prologar, de Berenzon, Espejismos
históricos: la otra mirada de la historia. México: UNAM, 1997.
[4]
Véase la página 70 del CV que publicó la
Academia Mexicana de la Historia cuando admitió a Álvaro Matute como
miembro en 2008, y la página 94 del CV
de Gloria Villegas publicado en el sitio de la Junta de Gobierno de la
Universidad.